Uno de los objetivos más comunes en los propósitos de año nuevo de todo el mundo es la pérdida de peso. Por eso, en enero son muchas las personas que empiezan a practicar ejercicio y cuidar su alimentación. Esto último es bastante controvertido, pues hay quien piensa que cuidar la alimentación consiste en pasar hambre. Esto no solo puede ser peligroso, sino que también llegar a ser contraproducente, pues es inviable mantenerlo en el tiempo. Es mucho más importante tener una buena educación alimentaria y cuidar el contenido nutricional de lo que comemos, siempre velando tanto por la salud física y como por la mental. Además, es importante tener en cuenta detalles que normalmente pasamos por alto, como la velocidad a la que comemos. Y es que no, no es un mito: comer rápido engorda.
Se han llevado a cabo numerosos estudios, tanto en adultos como en niños, que demuestran que comer rápido engorda y, además, puede acarrear ciertos problemas de salud. Por ejemplo, se ha relacionado con niveles altos de triglicéridos, adiposidad e incluso riesgo de padecer diabetes tipo 2.
Lógicamente, la velocidad a la que comemos no es el único factor que influye en lo que engordamos. Es algo muy complejo, donde intervienen muchísimos parámetros. Pero lo cierto es que la velocidad es uno de los primeros que podemos controlar. A veces llevamos un ritmo de vida tan vertiginoso que no somos conscientes de que engullimos en vez de comer. Antes de empezar con una dieta, quizás deberíamos empezar por ser conscientes de este problema y probar a comer más despacio. Puede que los resultados nos sorprendan.
Todas las consecuencias negativas de engullir en vez de comer
Comer rápido engorda, pero eso no es todo. Hay tantos estudios sobre el tema que varios equipos de investigación se han dedicado a recopilarlos y realizar revisiones de la literatura científica en las que se ponen los resultados en común.
Es por ejemplo el caso de un equipo de científicos de la Universidad de Manitoba, en Canadá. En un artículo para BBC, el autor principal del estudio, Sai Krishna Gudi, explicó que no hay evidencia sobre el tiempo ideal que debemos pasar comiendo. Depende mucho de cada persona.
Sin embargo, sí que hay indicios suficientes de que comer rápido puede conllevar ciertos problemas. Uno de los más simples, pero también molestos, es la hinchazón. Si comemos deprisa ingerimos también más aire durante el masticado. Esto promueve que los gases se acumulen y se produzca hinchazón. Podríamos pensar que eso es lo que genera la ilusión de que comer rápido engorda. Pero no es solo una cuestión de gases.
En 2015, un equipo de científicos de la Universidad de Kyushu, en Japón, realizó otra revisión de la literatura científica en la que se demostraba que comer deprisa se relaciona con un aumento del índice de masa corporal y una mayor probabilidad de desarrollar obesidad. En dicho estudio se llevó a cabo también un ajuste de la ingesta total de energía para comprobar si era esta la que estaba influyendo en los resultados. Se comprobó que, incluso tras ese ajuste, se mantenían los resultados. Esto significa que la velocidad a la que comemos es tan importante como la cantidad y el contenido nutricional de lo que ingerimos. Todo se debe tener en cuenta.
Por otro lado, en 2021 un grupo de investigadores de la Universidad Rovira i Virgili, en España, llevó a cabo una revisión en la que se incluían aún más estudios. En esta, además, se hizo una diferenciación entre niños y adultos. Con ello se vio que comer deprisa se asocia con un aumento del peso corporal y la circunferencia de la cintura en adultos. En niños, además, se relaciona con una mayor acumulación de grasa.
Por otro lado, se vio que tanto en unos como en otros el hecho de comer deprisa aumenta el riesgo de tener niveles elevados tanto de triglicéridos como de azúcar en sangre.
Los motivos por los que comer rápido engorda
Sabemos que comer rápido engorda. ¿Pero por qué? Los motivos no están del todo claros, aunque hay algunas hipótesis. Por ejemplo, se sabe que cuando hemos comido mucho, el cerebro capta señales como la distensión del estómago o la liberación de hormonas asociadas a la saciedad y, con ellas, envía el mensaje de que estamos llenos. Nos sentimos saciados y, por lo general, ya no comemos más. Este mensaje tarda 20 minutos en enviarse. Si comemos muy deprisa, puede que en esos 20 minutos hayamos ingerido demasiado, pero no hayamos tenido tiempo de percibir que estamos llenos, por lo que seguimos comiendo más y más.
Este es un factor por el que comer deprisa puede engordar. Pero eso no es todo. También se ha visto que cuando comemos deprisa se liberan grandes cantidades de unas moléculas llamadas citoquinas inflamatorias, que, entre otros efectos, promueven la resistencia a la insulina que puede provocar sobrepeso y enfermedades metabólicas como la diabetes tipo 2.
¿Qué podemos hacer?
Si comer rápido engorda, está claro que ingerir los alimentos más despacio resulta beneficioso. Pero, cuando nos acostumbramos a comer de una manera, es difícil modificar esa costumbre.
Para ello, se recomienda recurrir a la alimentación consciente. Esta consiste en centrarnos en las sensaciones que nos transmite la comida: el sabor, el olor, la textura… A veces comemos tan deprisa que no nos fijamos en todo eso. También podemos usar un temporizador para calcular cuánto tardamos y modificarlo. Pero, sobre todo, debes evitar comer delante del ordenador de la oficina o almorzar pensando en el trabajo por hacer o los mails por contestar. Todo eso solo nos llevará a comer con ansiedad y deprisa. Ambos son factores que potencian el aumento de peso y no es eso lo que queremos.