Muchas personas deciden tomar productos edulcorados para reducir las calorías en su dieta y, así, lograr perder peso. Parece lógico. Si consumes menos calorías de las que gastas, adelgazas. El problema es que, por mucho que nos empeñemos en reducir nuestro metabolismo a algo tan básico, nuestro organismo es un sistema mucho más complejo. Además del consumo y gasto de energía, si queremos adelgazar debemos tener en cuenta a nuestro cerebro, ya que es él el que nos dará la orden de comer o no hacerlo, dependiendo de las circunstancias. Bueno, quizás no nos lo ordene, pero sí nos provoca muchas ganas. Ese es un factor indispensable a la hora de adelgazar y contra el que atentan directamente los edulcorantes. Si no todos, al menos lo hace la sucralosa, pues un estudio reciente demuestra que actúa sobre nuestro cerebro aumentando nuestro apetito.
Las consecuencias están claras. Si nuestro apetito aumenta, probablemente comeremos más y difícilmente lograremos adelgazar, por mucho que reduzcamos las calorías con ese refresco edulcorado. Tendemos a demonizar el azúcar, pero nos olvidamos de que es la principal fuente de dulzor que conoce nuestro cerebro. Si no se encuentra con ella, se confunde y entra en pánico, obligándonos a comer para dar con esa ansiada glucosa.
Esto puede ocurrirle a cualquiera, aunque hay personas más propensas. De hecho, en un estudio anterior sobre el efecto de los edulcorantes en el peso, se vio que las mujeres y las personas obesas tendían a experimentar más fuertemente ese efecto rebote cuando se intentaba adelgazar reduciendo así las calorías. En aquel estudio participaron algunos de los científicos de la Universidad del Sur de California que han llevado a cabo esta última investigación. Ha sido un paso adelante para demostrar, de nuevo, que adelgazar no es tan sencillo como cambiar el azúcar por edulcorantes. Eso puede ser contraproducente.
¿Cómo se llevó a cabo el estudio?
Para la realización de este estudio, se contó con la participación de 75 personas adultas jóvenes a las que se dividió en 3 grupos. Uno bebió solo agua, otro agua con azúcar y el último agua con sucralosa. Las cantidades de azúcar y sucralosa se ajustaron para que los niveles de dulzor percibidos en el cerebro fuesen los mismos. Se debe tener en cuenta que este edulcorante es muchísimo más dulce que el azúcar, por lo que se necesita menos cantidad.
Todos ellos se sometieron a una prueba de resonancia magnética funcional para obtener imágenes de su cerebro antes y después de tomar la bebida. Además, se les tomaron varias muestras de sangre a lo largo del tiempo.


Pasado un tiempo desde que tomaron la bebida, se les preguntó cómo se encontraban su niveles de apetito. Quienes habían tomado el edulcorante refirieron tener un 17% más de hambre que los que bebieron agua con azúcar. Es llamativo, pero no deja de ser información autoinformada. Podría estar sesgada. Ahora bien, el cerebro no miente, por lo que los datos de la resonancia magnética serían más concluyentes.
Con estos se vio que al tomar la sucralosa se alteraron los niveles de actividad de ciertas zonas del cerebro involucradas en la toma de decisiones. Parece que tomamos edulcorante para comer menos, pero la decisión de comer sano puede sustituirse por algo mucho más impulsivo. Además, en sangre se vio que el consumo de edulcorante no desencadenó la liberación de hormonas reguladoras del apetito. Estas son hormonas que libera el cerebro como respuesta al consumo de alimentos para que nos sintamos saciados y no comamos más. Con el azúcar ocurre, pero con la sucralosa no.
¿Por qué pasa esto con el edulcorante?
Los científicos que llevaron a cabo el estudio consideran que este efecto se debe a la confusión que causa la sucralosa en el cerebro. Los receptores del sabor, esparcidos por igual por toda la lengua y no como explica el desmentido mapa de sabores, identifican el sabor dulce. El cerebro lo interpreta, pero no capta glucosa en sangre. Eso le genera un conflicto, pues la glucosa, por mucho que la demonicemos, es muy importante para la obtención de energía en todos nuestros órganos, especialmente en el cerebro.


En este caso, ocurre algo parecido a cuando le enseñamos un caramelo a un niño. Puede que no le apeteciera un segundo antes, pero desde que lo ve lo desea más que nada en el mundo. Si el cerebro percibe el dulzor, tendrá esa necesidad de glucosa, por lo que se ponen en marcha todos los sistemas que desencadenan el apetito. Como consecuencia, comemos más y adelgazamos menos.
Todo esto se ha estudiado con la sucralosa, el edulcorante catalogado como E-955 en Europa, pero no podemos descartar que ocurra también con otros. Por lo tanto, quizás deberíamos controlar el azúcar que tomamos, pero sin volvernos locos con los edulcorantes. Mejor tomar un poco de azúcar que enseñar el caramelo al cerebro, pero no llegar a dárselo.