Sinners se ha convertido en un fenómeno por derecho propio. Luego de vencer a la popular Una película de Minecraft en su estreno, ahora vuelve a imponerse en el primer lugar de taquilla en un segundo fin de semana de considerable éxito. Con $45 millones en recaudación, se convierte así en una de las cintas más rentables del año y un hito en el cine de terror. También, claro está, en el subgénero de vampiros.
Lo cierto es que los monstruos clásicos, atraviesan un buen momento en el mundo cinematográfico. El año pasado, Nosferatu reinventó la cinta de Friedrich Wilhelm Murnau de 1922 y la convirtió en un relato depravado sobre el deseo y el amor con un apartado visual sorprendente. Por otro lado, Abigail mostró el lado más gore y salvaje del subgénero. Lo mismo que la francesa The Vourdalak y la adaptación El misterio de Salem Lot de Max. Incluso en 2024 hubo opciones para los románticos con Drained, la historia de dos amantes inmortales y la inclasificable Vampire humaniste cherche suicidaire consentant. Esta última para reír y llorar.
Pero no es la primera vez, que los vampiros se han convertido en parte de las películas más populares del cine. A lo largo de toda su historia, el clásico mito de un inmortal que debe matar para mantenerse con vida, cautivó la imaginación de directores y guionistas. Pero también, permitió a la industria, encontrar un tipo de historia en la que se podían combinar los populares más elementos del cine de terror, con un trasfondo trágico. Todo eso, basado en un tipo de personaje a menudo misterioso, atrayente y peligroso. Una combinación que se convirtió en una nueva forma de explorar en el terror cinematográfico.
Un experimento que resultó bien


Para entender mejor el éxito de los vampiros en la cultura popular, hay que remontarse al momento en que el mito dejó de ser una creencia rural para entrar en la cultura popular. En 1897, la novela Drácula de Bram Stoker se publicó y se convirtió, casi de inmediato en un éxito de librería. Pero mucho más, en una nueva perspectiva sobre el monstruo, que ya era parte de leyendas y el folclore de varias partes del mundo. Pero el escritor tomó a la criatura de pesadilla y la convirtió en un noble rumano con un destino inmortal, que se enfrentaba a un grupo de personajes sorprendentes.
El libro también logró reinventar al vampiro como personaje y darle un oscuro atractivo. De la época también datan sus primeras interpretaciones como encarnación del deseo sexual. Una perspectiva que hizo del acto de morder para beber sangre, un sustituto de la pulsión erótica. De hecho, muchas de las críticas que recibió la novela fueron por parecer indecente y hasta inmoral en la rígida época victoriana. A pesar de eso, Drácula se volvió en uno de los personajes más singulares y fascinantes del mundo literario de finales del siglo XIX.
De modo que no sorprende, que el enigmático conde transilvano, pronto llamara la atención del naciente y todavía experimental mundo del cine. Por entonces, ya los vampiros eran parte de algunos de los primeros intentos del cine de terror. En 1896, Georges Méliès dirigió el corto de tres minutos Manoir du Diable, en la que el personaje principal era un vampiro capaz de transformarse en murciélago. Posteriormente, en 1913, la adaptación del poema El Vampiro de Rudyard Kipling, presentó a una vampiresa, también mordida por un misterioso noble. Pero fue en 1922, que los vampiros cinematográficos se convertirían en un hito cinematográfico.
Una adaptación tramposa para la historia


Nosferatu de Friedrich Wilhelm Murnau, fue la primera en muchas cosas. La cinta innovó en la forma de transmitir el horror a través de códigos visuales, convirtiéndose en una obra cumbre del expresionismo alemán. También, sería la primera adaptación del ya famoso Drácula, aunque de manera no autorizada.
El director cambió lugares, nombres y trasladó la trama de la novela de Stoker de Londres a la ficticia ciudad alemana de Wisborg. Todo eso en un intento de evitar que la viuda del escritor reclamara derechos de autor. Algo que logró a medias — las copias de la película casi acaban destruidas — pero que permitió a Murnau crear una obra atípica que sentó las bases del vampiro en el cine moderno.
La siguiente gran película de vampiros de la década de 1920, fue London After Midnight de Tod Browning. Estrenada en 1927, estaba protagonizada por Lon Chaney como un monstruo sin nombre capaz de beber sangre. Todavía en medio de la batalla legal de los herederos de Bram Stoker, se evitó cuidadosamente cualquier mención a sus orígenes y al lugar al que se encontraba. La cinta tuvo una segunda versión, esta vez sonora, en 1935 con el vampiro encarnado por el icónico Bela Lugosi.
Los vampiros se vuelven mitos cinematográficos


Finalmente, en 1931 se filmó la primera adaptación oficial de Drácula, autorizada por sus herederos y con la posibilidad de usar su trama al detalle. Con todo, el director Tod Browning se tomó algunas libertades, en especial, para mostrar a Drácula, interpretado por Bela Lugosi. En lugar de solo un monstruo o una criatura impía, la cinta mostraba al personaje como elegante y poderoso. Características que Lugosi explotó al máximo.
La cinta tuvo un éxito tal, que durante buena parte de la década de 1930, Lugosi fue el epítome de la visión del cine sobre el vampiro. En todas las películas de la Universal sobre el clásico monstruo inmortal, se le presentaba como poderoso y aristocrático. Un noble de cuna que, por razones poco claras, se transformaba en una criatura inmortal. Pero que, a pesar de eso, conservaba su elegancia y refinados modales. Una percepción sobre Drácula que se volvería una de las más populares y repetidas del cine a lo largo de los años.
El estudio Hammer entra en escena


La era Hammer supone una ruptura de lo que, hasta 1950, había sido el cine de vampiros. En especial, cuando la Universal comenzó a sobreexplotar al género hasta incluso, llegar a la parodia. No obstante, el estudio Hammer logró recuperar al personaje con su versión de 1958. Dirigida por Terence Fisher y protagonizada por Christopher Lee, la cinta asombró por retorcido guion y su puesta en escena gótica. Pero también, porque supo modernizar la figura de Bela Lugosi, en un tipo de encarnación del vampiro más violenta y hasta erótica.
El estudio Hammer también tiene el mérito de crear brillantes experimentos que permitieron que el género de vampiros fuera más que adaptaciones de Drácula. En 1972, Vampire Circus de Robert Young llevaba la amenaza de los bebedores de sangre a una carpa circense. Lo que permitía a la trama combinar lo surreal con lo gótico. Por otro lado, en 1974 Legend of the 7 Golden Vampires de Roy Ward Baker y Chang Cheh se aventuró fuera de los escenarios europeos de castillos y cementerios.
Por lo que el guion llevaba al profesor Van Helsing (Peter Cushing) a China para enfrentar a un grupo de vampiros. Colorida, con un fuerte ingrediente del género wuxia y un punto de vista exótico sobre las leyendas de vampiros, la cinta fue todo un éxito y abrió las puertas a experiencias parecidas. Pero además, demostró que el estudio Hammer estaba dispuesto a innovar para crear una nueva visión acerca del terror.
Los vampiros y el terror contemporáneo


Parte del legado de Hammer es justamente, llevar a los vampiros a un nuevo nivel de complejidad, más allá de nobles violentos o criaturas salvajes. La década de 1970, además, logró que los personajes con sed de sangre, fueran algo más que solo la excusa para demostrar la naturaleza del mal o el poder del bien. Por lo que el género comenzó a explorarse desde distintos puntos de vista.
Por un lado, en el del subgénero blacksploitation, que permitió al terror profundizar además en tensiones raciales y culturales. Blacula (1972) de William Crain, contaba la historia de un príncipe africano, mordido por Drácula y a punto de atacar en la actualidad. Le siguió en 1973 Scream Blacula Scream de Bob Kelljan, en la Bracula es resucitado por magia vudú y luego, enviado a matar a enemigos blancos. En ambas películas, el gótico de Universal y la Hammer, se transformaron en una mitología por completo nueva y vinculada con África y el Caribe afrodescendiente.
Nuevas visiones sobre el horror


También en 1973, se estrenó Ganja & Hess de Bill Gunn, en la que un germen convertía a una pareja en bebedores de sangre. Una adición tan violenta, total y destructiva, como para ser una evidente metáfora del uso de drogas. Un concepto que David Cronenberg llevó a nuevos lugares en Rabia de 1977, en el que una mujer padece una mutación que la hace alimentarse de sangre humana. Pero además, volverse cada vez más cruel, violenta y brutal.
De esta época experimental procede Martin de George A. Romero de 1978. La cinta convertía al vampiro en un concepto, por lo que el protagonista, estaba convencido de que era un monstruo que necesitaba sangre para vivir. No obstante, poco a poco quedaba claro que en realidad era un asesino despiadado que solo deseaba matar.
Una época sofisticada para ser vampiro


La década de 1980 y 1990, combinó buena parte de una percepción cínica acerca de lo sobrenatural con el cine de vampiros. En 1983, Tony Scott dirigió El ansia, con David Bowie y Catherine Deneuve como una pareja de sofisticados y crueles amantes vampíricos. El director logró brindar a su película un aire decadente, siniestro y elegante, que abrió un nuevo capítulo en el género.
En Noche de miedo de 1985, el director Tom Holland exploraba en los clichés de los monstruos, a través de Jerry Dandridge (Chris Sarandon). Este, un personaje sofisticado, perverso y por supuesto, un vampiro, que se mudaba a los suburbios norteamericanos. En 1987, Jóvenes Ocultos de Joel Schumacher exploraba a los inmortales, como una banda agresiva de jóvenes que jamás envejecían, con David (Kiefer Sutherland) a la cabeza. Y como todas las películas de la década, además de monstruos insaciables, los vampiros eran un grupo de personajes complejos en busca de identidad.
Jóvenes y decadentes para siempre


En 1992, Francis Ford Coppola dirigió una versión libre de Drácula, a la que además, brindó un aire teatral y los tropos de un romance gótico a toda regla. Drácula (Gary Oldman), era ahora un inmortal que vagaba por océanos de tiempo, en busca de su amada pérdida. Solo para encontrarla reencarnada en Mina (Winona Ryder), la esposa de Jonathan Harker (Keanu Reeves). La cinta se convertía entonces en un drama en el que la naturaleza del vampiro, era la encarnación del deseo sexual y lo prohibido.
También, en el mismo año Buffy, la cazavampiros de Fran Rubel Kuzui marcaría época con su combinación de terror y pop. Un legado que se extendería a una exitosa serie televisiva. En 1994, Entrevista con el vampiro, adaptación del libro del mismo nombre de Anne Rice, sorprendió por su reinterpretación acerca de lo erótico y la sexualidad reprimida. Dos años después, Quentin Tarantino y Robert Rodriguez exploraron en el género desde lo gamberro en Del crepúsculo al amanecer. En 1998, John Carpenter imaginó en Vampiros un cazador de vampiros que, de la mano de la iglesia católica, extermina a los monstruos del mundo.
Vampiros que protegen al mundo


En 1998, llegaría al cine la primera parte de Blade, el cazador de vampiros de Marvel que pronto se volvería un ícono en el género. Dirigida por Stephen Norrington, la cinta tenía una estética neogótica y también, una visión inquietante acerca del bien y del mal. Todo a través de un personaje de moral gris que se volvía cada vez más violento y extremo a medida que avanzaba la trama. La historia se convertiría en trilogía y además, en un buen ejemplo de explorar en el género de vampiros de manera novedosa.
La década del 2000 comenzaría con vampiros sofisticados y sin duda influenciados por el éxito de ciencia ficción The Matrix. Underworld (2003), fue la primera de una saga exitosa que además, mostró a los vampiros como una sociedad secreta con sus propias reglas. También, el director Len Wiseman se las arregló para convertir a Selene (Kate Beckinsale), en un ícono del género.
Héroes románticos con pieles brillantes


Y de la acción de los vampiros convertidos en guerreros y cazadores, el género dio un nuevo giro hacia el romance con la saga Crepúsculo. En 2008, Catherine Hardwicke dirigió la primera parte de la saga basada en la historia de Stephenie Meyer, que se extendería hasta 2011. La franquicia se convirtió en un fenómeno adolescente de enorme popularidad y estableció al vampiro como un héroe romántico que rechazaba beber sangre para matar.
No obstante, esta versión más o menos inofensiva contrastaba con la de Déjame Entrar (2008) de Tomas Alfredson. Esta última, una reflexión sobre la crueldad, el horror y el sufrimiento en el contexto de lo sobrenatural. En 2013, Solo los amantes sobreviven de Jim Jarmusch indagó en el tedio de la inmortalidad a través de una pareja de amantes vampiros, que se enfrenta al tiempo y a la melancolía a través del arte. Un año después, Taika Waititi y Jemaine Clement, dirigieron Lo que hacemos en la sombra, parodiando con humor al género, pero también celebrando su esencia.
En 2025, Los pecadores, no solo recupera el interés en las historias de vampiro. También demuestra sus inmensas posibilidades y cómo los monstruos más siniestros y queridos del cine, tienen una vida inmortal en el séptimo arte.