De pequeños solíamos escondernos debajo de la manta cuando teníamos miedo, como si ese trozo de tela pudiese protegernos de todo mal. Con el tiempo descubrimos que, desgraciadamente, no hay una manta que nos proteja de los monstruos de debajo de la cama. Lo bueno es que, hasta cierto punto, sí que pueden protegernos de los que se esconden en nuestra mente. Pero no vale cualquier manta. Solo las mantas pesadas son capaces de calmar nuestra ansiedad, ayudarnos a apartar las preocupaciones del día a día y envolvernos en el dulce abrazo de Morfeo.
Si hace unos años nos hubiesen hablado de mantas pesadas habríamos pensado en la típica manta de coralina que usamos en las noches más frías del invierno. Sin embargo, hoy en día existen mantas cuyo peso se logra gracias al uso de microesferas de vidrio o cadenas, lógicamente acolchadas de tal manera que no dificulten el descanso.
Estas mantas pesadas se comercializan como remedios para el insomnio, la ansiedad y el estrés. Incluso hay quien asegura que pueden ser útiles para calmar a personas con trastornos del espectro autista (TEA) o TDAH. Eso es lo que dicen las empresas que las venden. Ahora bien, ¿qué es lo que dice la ciencia? ¿Vale la pena gastar el dinero en ellas?
Sistema nervioso simpático frente a parasimpático: ¡FIGHT!
Para entender cómo funcionan las mantas pesadas, primero debemos conocer las funciones de los sistemas nerviosos simpático y parasimpático. Ambas son ramificaciones del sistema nervioso autónomo. Es decir, ese que controla acciones involuntarias como la respiración, los latidos del corazón o la digestión.
En el caso del sistema nervioso simpático, pone en marcha esas funciones ante situaciones de alerta. Es lo que se conoce como sistema de lucha o huida. Este sistema es evolutivamente necesario, pues nos prepara para enfrentarnos a una amenaza.
Imaginemos a uno de nuestros antepasados buscando bayas cuando, de repente, se encuentra frente a un león. Tiene dos opciones: huir o enfrentarse a él. Lógicamente, tendrá más posibilidades de vivir con la primera. Pero a veces eso no es posible. Sea cual sea la opción, necesitará tener todos sus sentidos puestos en el león. Los músculos se tensan, las frecuencias cardíaca y respiratoria aumentan, las pupilas se dilatan… Todo está preparado para aprovechar la energía al máximo. Además, es necesario retirar temporalmente el aporte de energía de aquello que en ese momento no es necesario, como la digestión.


Hoy en día, por lo general, no tenemos que huir de leones, pero sí podemos enfrentarnos a un coche que se ha saltado un stop o a alguien que nos atraca. También necesitamos estar alerta ante situaciones estresantes, como un examen o una entrevista de trabajo. En todos esos casos, es necesario que el sistema nervioso simpático se ponga en marcha.
El problema es que a veces magnificamos todo eso, mantenemos los síntomas una vez que ha pasado la amenaza o incluso vemos amenazas donde no las hay. En ese caso, ya podríamos hablar de ansiedad. Si lo pensamos, todo eso que hemos visto son síntomas de ansiedad: palpitaciones, respiración acelerada, problemas digestivos… Todo cuadra.
Cuando esto empieza a ser excesivo entra en juego el sistema nervioso parasimpático. Este envía al cerebro una señal de que realmente no hay una amenaza externa. Cuando el cerebro recibe esta señal, amortigua al sistema nervioso simpático. Por ejemplo, reduce el ritmo cardíaco y la frecuencia respiratoria y devuelve a la digestión la energía que necesita. Un buen sistema nervioso parasimpático nos permite tener un ritmo cardíaco tranquilo cuando estamos en reposo y no hay amenazas externas.
Ya tenemos esto claro. Ahora bien, ¿qué tienen que ver las mantas pesadas?
El papel de las mantas pesadas
El sistema nervioso parasimpático se puede poner en marcha de muchas formas. Podemos hacer ejercicios de respiración, leer un libro, pasear por la naturaleza… Básicamente, necesitamos acciones que indiquen a nuestro cerebro que estamos bien. Que no hay ningún problema.
Si todo esto no funciona, se ha visto que hay una técnica, conocida como tacto de presión profunda, que ayuda a activar al sistema nervioso parasimpático. Básicamente, consiste en presionar el cuerpo con delicadeza, como en un abrazo. Si realmente hubiese una amenaza, un león que nos quisiese atacar, nos despojaríamos de cualquier peso que nos pudiese impedir movernos con soltura. Ese leve apretón indica que, en realidad, estamos tranquilos. La presión se puede conseguir de muchas formas, pero las mantas pesadas parecen una de las más sencillas.
Vale, ¿pero funcionan?
Cada vez hay más estudios que analizan los distintos usos de las mantas pesadas. Es cierto que inicialmente se llevaban a cabo con muy pocos participantes. Sin embargo, ya empieza a haber investigaciones con más de 100 voluntarios. No es una barbaridad, pero al fin y al cabo todos los estudios apuntan a conclusiones muy similares, así que eso aporta más peso (literalmente) al resultado.


Por mencionar algunos de estos estudios, en 2020 un equipo de científicos suecos comprobó el efecto de las mantas pesadas en el sueño de pacientes con afecciones de salud mental, como la depresión. Se comprobó que aquellos que usaron las mantas con peso tuvieron menos despertares nocturnos, una mayor calidad de sueño, más energía durante el día y menos síntomas de estrés y ansiedad diurnos.
Más tarde, en 2024 un grupo de científicos chinos realizó una revisión de la literatura científica en la que se tenían en cuenta este y otros muchos estudios que analizaban el papel de las mantas pesadas en el tratamiento del insomnio y la ansiedad en la población general, pero con especial atención a pacientes con TEA y TDAH. Tras poner todos los resultados en común, se concluye que la presión de las mantas pone en marcha el sistema nervioso parasimpático y calma los síntomas de ansiedad, ayudando a conciliar el sueño.
Además, resultan beneficiosas para manejar los síntomas del TDAH y los TEA. Si bien el número de estudios no es muy amplio, todo parece apuntar a que sí: las mantas pesadas nos pueden ayudar a dormir. Quizás por eso de pequeños sentíamos que podían salvarnos de todo.