Los primeros artistas egipcios obtenían el característico color azul de sus pinturas a partir de minerales como el lapislázuli. Sin embargo, este era bastante caro de obtener y se obtenía de fuentes limitadas. Por eso, aquellos antiguos alquimistas mezclaron y calentaron en sus hornos distintas sustancias químicas hasta dar con lo que hoy conocemos como azul egipcio. Un tono vibrante que coloreó desde el firmamento de los murales hasta las imágenes de los sarcófagos. Los griegos y los romanos también lo usaron para sus propias esculturas. Sin embargo, con el tiempo cayó en el olvido. En la edad media ya no había azul egipcio en el arte. Desde entonces, la receta para conseguirlo había sido todo un misterio. Se tenía una idea sobre los ingredientes, pero no acerca de cómo mezclarlos entre sí. Ahora, por suerte, un equipo de científicos estadounidenses ha logrado replicarlo.
Estos científicos proceden de la Universidad Estatal de Washington, la Institución Smithsonian y el Museo Carnegie de Historia Natural de Pittsburgh. Partiendo de la base de los ingredientes que ya se conocían, han probado distintas combinaciones, para luego analizarlas mediante técnicas como la espectrometría y la difracción de rayos X. Esto ha permitido estudiar tanto su estructura microscópica como la composición química y el ensamblaje de fases y, a su vez, compararlo con las muestras arqueológicas del antiguo Egipto.
Esos han sido los pasos clave para lograr replicar el azul egipcio, pero cuál ha sido su sorpresa al comprobar que, en realidad, el azul egipcio era mucho menos azul de lo que podríamos llegar a creer.
Los ingredientes clave de la receta del azul egipcio
El azul egipcio es el pigmento sintético más antiguo que se conoce. Las muestras más longevas que se han encontrado tienen 5.000 años de antigüedad. Esto hace complicado su estudio; pero, aun así, se han llevado a cabo trabajos que han concluido que debía contener cobre de una fuente desconocida, carbonato cálcico, arena de cuarzo y un álcali. Por eso, estos científicos comenzaron por reunir todos estos ingredientes. Para el cobre probaron con tres fuentes distintas: el óxido de cobre, la azurita y la malaquita. También probaron a mezclar distintas cantidades y calentarlas y enfriarlas a temperaturas realistas, dadas las tecnologías de las que disponían los egipcios. Esperaban que el resultado fuese similar al de la cuprorivaita, un mineral con una tonalidad azul parecida.
De este modo vieron que el azul egipcio que coincidía con los restos arqueológicos era una mezcla de fases microscópicas y macroscópicas, que interaccionan para dar un tono que, en realidad, no es tan azul como parece. Solo el 50 % de su composición sería equivalente a la cuprorivaita. Lo demás no se corresponde con un color azul.


¿Para qué sirve todo esto?
Inicialmente, estos científicos comenzaron su investigación para enriquecer las colecciones egipcias del Museo. Se les pidió que reprodujeran el azul egipcio para añadir algunas muestras a la colección. Básicamente, querían réplicas del pigmento.
Sin embargo, a medida que han avanzado en la investigación han sido conscientes de que el arte egipcio es solo la punta del iceberg. Sus descubrimientos pueden tener muchísimas aplicaciones muy interesantes. Y es que, una vez expuesto a la luz visible, el azul egipcio tiene la capacidad de emitir radiación infrarroja. No es visible, pero está ahí y se puede captar con detectores específicos. Esto lo convierte en un material ideal para fabricar tinta de seguridad, así como para emplearse en áreas tan distintas como los análisis biomédicos o las telecomunicaciones.
De momento, estos científicos han obtenido 12 muestras con recetas ligeramente diferentes, que ya están expuestas en el museo. Ahora viene el siguiente paso. Uno que, desde luego, los egipcios también habrían aprovechado de haber sabido cómo hacerlo.