Presence es una película de terror y no lo disimula. Pero de la mano de Steven Soderbergh, lo que parece la enésima revisión del tópico de casas embrujadas, se convierte en algo más audaz y subversivo. Todo, al convertir al espectro que acecha, en el punto de vista del público. El guion de David Koepp relata, entonces, una historia compleja que se cuenta en escenas que podrían parecer desordenadas. El anónimo protagonista va de habitación en habitación, de personaje en personaje, tratando de armar un mapa para entender qué ocurre, sin lograrlo del todo.

La habilidad del director convierte lo anterior, en una reflexión sobre el paso del tiempo, la memoria y la naturaleza de lo inexplicable. Temas que la película toca con cuidado, a medida que su extrañísima puesta en escena se muestra. La cámara de Soderbergh no es solo subjetiva. También, es el único vínculo, que su observador tiene con el mundo real. Por lo que su lento deambular de un lado a otro se convierte, en realidad, en un recorrido por lo que recuerda y necesita saber. Un truco que el realizador convierte en una experiencia inmersiva. 

Por supuesto, no es la primera vez en que Soderbergh prueba a contar lo que parece una trama trillada, desde una perspectiva original. Desde su debut en Sundance en 1989, el realizador demostró sus inquietudes con respecto al lenguaje cinematográfico. Por lo que convirtió a Sexo, mentiras y cintas de video, en una historia sobre la infidelidad y el miedo a la intimidad, a través de entrevistas y primeros planos invasivos. Algo semejante logra con Presence, al evitar caer en los clichés del género y concentrarse en ofrecer algo original. Eso, sin perder la atmósfera que hace que la cinta se haga cada vez más tenebrosa.

Un cuento de miedo contado en primera persona 

El gran elemento a favor de Presence es que, a pesar de más o menos mantener lo básico acerca de un relato de terror, evita poner las cosas sencillas. Por lo que el juego de perspectivas y ángulos que muestra a la aparición centro de la trama, nunca es evidente y tampoco, tedioso. Aunque a primera vista, podría parecer la técnica del found footage convertida en una óptica tramposa, lo cierto es que Soderbergh tiene claro cómo funciona una historia con tintes sobrenaturales. 

Así que el director prueba ir de menos a más. De tomas silenciosas que muestran la casa vacía — y dejan claro, que tiene un buen tiempo desocupada— hasta la llegada de los personajes, una familia corriente que acaba de comprar la propiedad. Soderbergh va paso a paso estableciendo la situación. Una sencilla: se trata de un grupo de personas con problemas que intentan adaptarse a un lugar nuevo.

Por lo que convierte el guion de David Koepp, en una especie de juego de etapas. Primero, mostrar cómo su protagonista, sin nombre, no obedece leyes físicas. Por lo que va de una habitación a otra, sin mayor obstáculo, atravesando paredes y puertas cerradas. 

Lo segundo, es dejar claro que la familia que ahora vive en la casa, está muy lejos de ser perfecta y que tiene secretos que guardar. Rebecca (Lucy Liu), es una madre obsesiva que, además, tiene una relación extrañamente obsesiva con su hijo Tyler (Eddy Maday), un matón de colegio clásico. Por su parte, el padre, Chris (Chris Sullivan) intenta sobrellevar las obvias desavenencias de sus parientes con torpeza. Algo que se vuelve mucho peor, debido a la depresión y luto que atraviesa la hija más pequeña, Chloe (Callina Liang), que no consigue recuperarse bien de una etapa trágica.

En un panorama tan tenso, la presencia invisible que todo lo ve es una capa más de problemas. En especial, porque no es inofensiva y pronto, es evidente que puede hacer algo más que observar. Con sus largas secuencias que no parecen llevar a ninguna parte, en un primer momento Presence puede parecer absurda e incluso, aburrir un poco. Pero en realidad, el director se toma el tiempo para crear una atmósfera siniestra con pequeñas cosas. Finalmente, cuando la presencia misteriosa descubre por accidente lo que puede hacer, comenzarán los verdaderos problemas.

Algunas malas decisiones de dirección en ‘Presence’

La nueva cinta de Steven Soderbergh no es la primera en usar a un fantasma para contar una historia de terror. En 2017, A Ghost Story también lo hizo. Pero en lugar de enfocar la trama en el miedo, el director David Lowery usó el truco de perspectiva para reflexionar sobre el duelo, la pérdida y el dolor de la ausencia. En cierta forma, Presence también lo hace, pero en realidad, su intención no es conmover.

De hecho, los mejores momentos de la cinta, se encuentran cuando el director explota al máximo su idea de un vigilante silencioso. En especial, cuando empieza a ser consciente de sí mismo — un giro de los acontecimientos que la cinta maneja de manera brillante — y a dar pistas sutiles sobre su identidad. El argumento evita ser demasiado evidente y tampoco, tiene interés de revelar sus secretos muy rápido, así que dedica el interés en seguir la evolución mental de su protagonista.

Quizás por eso, hay momentos en que Presence parece desordenada, fría y desconectada de su propia historia, como si se tratara de metraje grabado solo para llenar espacio. A la trama le cuesta remontar esos momentos y cuando no lo hace, la película entra en largos minutos en que no pasa gran cosa. Pero si el espectador tiene paciencia, la cinta termina por mostrar lo mejor de su historia, en un giro final que sorprende por ser natural, sin ser inmediatamente predecible. 

Para su última escena, Steven Soderbergh parece perder un poco el pulso para seguir un argumento un poco abstracto. Con todo, la historia culmina de manera redonda y responde sus preguntas. Algo que hace de Presence, algo más que un experimento osado del cine de terror. 

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