El té matcha es una de las bebidas de moda. Muchas personas han abandonado el consumo de café y lo han sustituido por esta curiosa bebida de intenso color verde. Hacen bien, pues también contiene cafeína, pero esta se libera de forma que no llegue a producir esos picos de ansiedad que algunas personas experimentan con el café. Además, contiene sustancias extra que aportan muchísimos beneficios. El problema es que muchos consumidores no soportan el sabor del té matcha.

En cierto modo ocurre algo parecido a lo que pasa con otras bebidas amargas, como la cerveza o el café solo. La primera vez que se prueban no le gustan a casi nadie, pero a medida que se entrena el paladar se van captando esos matices que tanto nos gustan. Sin embargo, el sabor del té matcha es, si cabe, aún más particular. A veces cuesta llegar a disfrutarlo, aunque hay personas que lo adoran.

Esto, igual que ocurre con otros sabores, como el del cilantro, tiene una explicación genética. Nuestros gustos dependen en parte de factores ambientales, pero también tienen mucho que ver con los genes. Esta no es una excepción, aunque también es cierto que en el caso del sabor del té matcha hay muchísima más ciencia detrás. Veamos en qué consiste.

La genética del amargor

Tanto el té matcha como el té verde provienen de las hojas de la planta Camellia sinensis. Las diferencias entre ambos residen en el cultivo de la planta y el procesado de las hojas, pero eso lo veremos más adelante.

La cuestión es que se trata de la misma planta y que esta, en general, tiene un sabor amargo. En 1997 un equipo de científicos de la Universidad de Michigan llevó a cabo un estudio dirigido a comprobar las causas genéticas por las que algunas personas no soportan el té verde o los productos a base de soja. Ambos son amargos, por lo que este debía ser el motivo principal. ¿Pero qué dicen sus genes?

Para comprobarlo, reunieron a un grupo de mujeres a las que dieron a probar tanto té verde como varios productos a base de soja. También tomaron muestras de su ADN en busca de variantes genéticas que pudieran explicar sus gustos. Y las encontraron. Observaron que las personas con sensibilidad genética al 6-n-propiltiouracilo (PROP) eran las que menos disfrutaban de estos alimentos. Es lógico, pues es un compuesto responsable del sabor amargo de productos como el té verde o la soja. De hecho, las que tenían una mayor sensibilidad genética al PROP solo toleraron las bebidas de soja con vainilla, pues esta enmascaraba el sabor amargo.

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