El papa Francisco manifestó antes de morir que quería que sus ritos funerarios fuesen más humildes que los que se han llevado a cabo con otros papas. No obstante, hay cosas que no se pueden evitar. Por ejemplo, la necesidad de embalsamar el cadáver para que resista adecuadamente el paso de los tres días que durará el velatorio y los 4 o 5 que puede alargarse después el funeral. Se emplea un revestimiento de zinc en el ataúd que evita en cierto modo la descomposición, pero mientras este esté abierto se necesitan otros métodos. Esto es algo que se ha hecho siempre, con distintas metodologías, unas más exitosas que otras. Quizás sea complicado señalar la que mejor se hizo, pero la que peor se realizó sí que está clara. Ese dudoso honor se lo lleva el médico responsable de la explosión de Pío XII en 1958, justo en pleno velatorio.
De hecho, la muerte de este papa estuvo rodeada de errores desde el principio. El primero de ellos fue el anuncio de su muerte. El médico del Vaticano, Ricardo Galeazzi-Lisi, se mostró siempre muy cercano a los medios de comunicación. A veces demasiado, vendiendo ciertas exclusivas carentes de escrúpulos. Una de las promesas que hizo fue que abriría la ventana justo cuando el Sumo Pontífice expirara. Así, todos en el exterior sabrían lo que había pasado. Sin embargo, una monja ajena a dicha promesa abrió la ventana para aliviar el calor de la estancia, de modo que se pensó que la muerte del papa se había producido un día antes.
Dejando esto a un lado, lo más grave fue todo lo relacionado con la explosión de Pío XII. Galeazzi no quiso seguir los métodos de embalsamamiento tradicionales. El propio papa había pedido que no se le extrajeran los órganos, como a otros papas. Quería que su cuerpo se enterrase igual que Dios lo trajo al mundo. Eso haría más complicada la conservación del cadáver. Pero, en realidad, no fue la peor práctica del procedimiento. Lo peor fue la decisión del médico de embalsamar al papa con el mismo método que, según él, se usó con Jesucristo. Spoiler: salió fatal. Pero vamos a primero cómo debería haberse hecho.
Así se hace bien: el proceso que se ha seguido con el Papa Francisco
Para embalsamar al papa Francisco se ha recurrido a la técnica más científica que existe hoy en día. Una vez que el cuerpo está limpio y rasurado, se drena la sangre y se aplica un compuesto a base de agua, alcohol y formaldehído. El alcohol y el formaldehído actúan como conservantes y desinfectantes. Ambos ayudan a reducir los niveles de bacterias en el cuerpo; pero, además, el formaldehído fija las proteínas. Impide que lleven a cabo su función. Las enzimas que intervienen en las reacciones químicas, incluidas las fermentaciones bacterianas, son proteínas. Por eso, sin ellas, aunque quedasen algunas bacterias no se podrían llevar a cabo las reacciones de descomposición del cadáver.
Así es como se hace. Veamos cómo no se debe hacer, poniendo como ejemplo la explosión de Pío XII.


La receta detrás de la explosión de Pío XII
Galeazzi aseguró que, para conservar el cuerpo del Santo Padre, lo mejor sería recurrir a las técnicas de embalsamamiento que se llevaron a cabo con Jesucristo. La Biblia dicta que se untó su cuerpo con mirra, aloe y aceite de nardo. Eso es cierto. Pero debemos recordar que la Biblia no es precisamente un manual de medicina.
Estas sustancias se empleaban en la antigüedad para enmascarar el olor de la descomposición de los cadáveres. Pero no para conservarlos. El médico del Vaticano, para colmo, quiso fijar todas esas sustancias envolviendo el cuerpo con celofán.
¿Qué es lo que ocurrió? En primer lugar, no se hizo nada para eliminar las bacterias ni descomponer sus reacciones químicas. Estas, por lo tanto, pudieron trabajar con normalidad. Las reacciones microbianas liberan gases que, normalmente, se liberan a través de los poros de la piel. Pero en este caso el cuerpo estaba cubierto de celofán. Por lo tanto, esos gases se fueron acumulando poco a poco hasta que, finalmente, el cuerpo estalló.
Las personas que habían asistido al velatorio huyeron por los restos que salpicaban y el olor nauseabundo de la escena. Para poder seguir más tarde con los ritos funerarios fue necesario fabricar rápidamente una máscara de cera que sustituyese su cara totalmente desfigurada por la explosión.
Lógicamente, ese fue el último acto de Ricardo Galeazzi como médico del Vaticano. Fue despedido de inmediato y, desde entonces, se ha procedido a confiar más en los manuales de medicina que en la Biblia. Por lo que sea.