Un químico puede pasar a la historia por muchas cosas. Sin embargo, solo uno tuvo el dudoso honor de ser recordado por tratarse de la única persona, que se sepa, que ha ingerido plutonio. Eso es justo lo que le ocurrió a Don Mastick. No lo hizo a propósito, lógicamente. Fue un accidente mientras trabajaba en el Laboratorio Los Álamos como miembro del Proyecto Manhattan. Gracias a la rápida intervención del médico que velaba por la salud de los trabajadores pudo contarlo durante muchísimos años. Si no hubiese sido así, probablemente el accidente habría sido mortal.
Tenía 24 años cuando todo ocurrió, pero murió a la edad de 87, por razones que no tuvieron nada que ver con el plutonio. Al menos que se sepa. Lógicamente, fue un buen químico y obtuvo grandes logros por los que también se recuerda. Pero lo más extraordinario es todo lo relacionado con el accidente.
Y es que, además, gracias a él hoy en día sabemos a qué sabe el plutonio. Porque, después de todo, se tomó lo sucedido con calma y humor y contestó a todas las preguntas que se le hicieron al respecto. La que más se cuestionaba todo el mundo era la concerniente al sabor, aunque la respuesta es poco sorprendente; pues, según Mastick, simplemente tiene un sabor metálico.
¿Cómo ocurrió el accidente con el plutonio?
Todo ocurrió el 1 de agosto de 1944. Mastick era uno de los químicos del proyecto Manhattan especializados en el estudio del plutonio. Este preciado material radiactivo era escasísimo. Por eso, había un equipo de científicos cuya misión principal era recuperarlo; por ejemplo, de los escombros de las misiones de prueba. Casi todo su trabajo se centraba en purificar las muestras de plutonio. Pero estas eran tan escasas que el líquido ni siquiera se veía a simple vista. Era necesario trabajar en un microscopio, con tubos de ensayo tan pequeños como una aguja de coser.
Pero cuando ocurrió el accidente Mastick no estaba trabajando con el microscopio. Se encontraba junto al fregadero, hablando con uno de sus compañeros. Tenía en la mano un tubo con una cantidad considerable de plutonio, equivalente a lo que cabría en la cabeza de un alfiler. Sí, eso era considerable.


Sin querer, apretó demasiado el tubo y lo rompió, causando una pequeña explosión con el plutonio que había pasado a estado gaseoso y se encontraba presionando las paredes del recipiente. Una vez que se liberó, salió despedido a las paredes. No obstante, también rebotó y cayó en la boca de Mastick, depositándose en la lengua y los labios. Lo supo rápidamente, al percibir una gran sensación de calor y un gusto metálico. Sabía que una dosis mínima de plutonio era suficiente para causar la muerte, por lo que acudió rápidamente al edificio de las instalaciones en el que se encontraba el doctor Hempelmann. Mantuvo la calma sorprendentemente bien, pero lógicamente el tiempo apremiaba.
¿Qué hizo el médico?
Al contrario que Don, al médico le costó mantener la calma. Rápidamente telefoneó a su superior, que le propuso probar con un enjuague bucal y un expectorante. No le dio muchos más detalles, pero Hempelmann tuvo una idea. Llenó dos vasos. Uno contenía citrato de sodio, que tiene la capacidad de combinarse con el plutonio para dar lugar a un líquido soluble. En el otro había bicarbonato, cuya misión era hacer la mezcla insoluble de nuevo.
Por lo tanto, el químico debía enjuagarse con el primer líquido para atraer el plutonio que hubiese en la boca, y luego con el segundo, para separarlo del líquido y que se pudiese escupir fácilmente. Solo en ese primer enjuague ya salió casi medio microgramo de plutonio. Un microgramo es suficiente para causar problemas graves de salud. Posiblemente había más, por lo que continuó una y otra vez con los enjuagues. En total lo hizo 12 veces. Además, el médico lo sometió a varios lavados de estómago.
Aquí no se tira nada
Como ya hemos visto, el plutonio era escaso y preciado. Por eso, Hempelmann le dio a Mastick el recipiente con los restos orgánicos extraídos de su estómago. Al fin y al cabo, era uno de los científicos más hábiles para separar y purificar el plutonio. Él no lo dudó. Volvió al laboratorio con el contenido de su estómago y extrajo todo el plutonio posible de la mezcla.


Más plutonio con el paso de los años
Después del accidente, cuando Mastick abría la boca, se activaban todos los sensores de radiación. Esto solo ocurrió durante unos días. Sin embargo, se siguió detectando plutonio en su orina durante décadas.
Se calcula que, teniendo en cuenta lo que se pudo purificar y lo que siguió eliminando en la orina año tras año, Mastick llegó a ingerir unos 10 microgramos de plutonio. Habría sido una cantidad mortal sin esos enjuagues y lavados de estómago.
Por suerte tuvo una vida plena, llena de ciencia y sin más accidentes con sabor metálico. En su obituario, en 2007, se anima a quienes le apreciaban a plantar un árbol en su memoria. Es uno de los pocos documentos sobre él en los que no se menciona el mayor motivo por el que pasó a la historia. La improbable situación de probar el plutonio y vivir para contarlo.