El 14 de diciembre de 1861, el príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria de Inglaterra, murió de fiebre tifoidea. Lo que sumió al imperio británico en una ola de luto y tristeza que arrasó cualquier celebración de Navidad. Ya fuera en las calles de Londres o en las casas de los súbditos, se exigió un duelo riguroso y un adios a muchos de los que hasta ese momento eran símbolos navideños. Pero, en medio del desconsuelo general, los ingleses encontraron una manera de celebrar, incluso, en las penosas circunstancias, las fechas más queridas del año. 

Y esa fue, leyendo historias de terror. Según la folclorista Tara Moore, buena parte de la costumbre, no solo permitió disfrutar de la Navidad en medio de una época dura. A la vez, permitió demostrar los alcances de la imprenta de vapor, que hizo más sencillo vender libros a bajo costo y de buena calidad. Para el invierno de 1861 y el año siguiente, colecciones sencillas de cuentos de fantasmas se volvieron tan populares como para que cualquiera pudiera adquirirlos por poco dinero. Lo que popularizó el hábito de leer sobre espectros y otras historias terroríficas al calor del fuego. ¿La herencia más conocida de esa tradición? Las grandes películas de terror ambientadas en Navidad que ahora mismo disfrutar tanto en cine como en televisión y servicios por suscripción. 

Pero no es la única de las tradiciones de las festividades más queridas que tienen un origen en el lugar menos pensado. Te dejamos cinco símbolos navideños que no son lo que parecen. De la reinvención del mítico Santa Claus para una marca reconocida, hasta la influencia de un escritor en la forma en que celebramos la Navidad en la actualidad. Un recorrido por las curiosidades más entrañables y algunas, definitivamente inesperadas, de las fechas más especiales del año. 

Los 5 símbolos navideños que no son lo que parecen

Santa Claus viste de rojo

San Nicolás de Myra, considerado el primer referente de Santa Claus

La imagen de Santa Claus, tuvo grandes modificaciones antes de convertirse en el anciano de barba blanca y sonriente que forma parte de la cultura pop contemporánea. De hecho, la representación del personaje, como lo conocemos en la actualidad, proviene de las pinturas y retratos de San Nicolás de Myra. El obispo del siglo IV, conocido por su bondad y por celebrar el nacimiento de Jesucristo, repartiendo regalos a las familias más pobres, se convirtió, al momento de su muerte, en símbolo de Navidad. Eso, tanto en su Turquía natal, como en Roma. En buena parte de las pinturas que le retratan, aparece vestido de rojo y con barba. Según el catolicismo, se considera el patrón de los fabricantes de juguetes.

No obstante, llevaría unos cuantos siglos antes que se le considerara la encarnación de la Navidad. De hecho, la idea de un personaje encargado de repartir obsequios — o castigos — durante las festividades, es parte de varias tradiciones paganas europeas. Del alpino Krampus, a la Befana italiana. El aspecto de la figura variaba de región en región. Finalmente, alrededor del siglo XVII, el padre de la Navidad inglés, terminó por mezclarse con el católico San Nicolás, en una figura benéfica que representaba los buenos deseos y el amor incondicional.

No obstante, todavía no tenía un aspecto definido. En Inglaterra, el personaje llevaba un abrigo de nieve color verde y una bolsa de regalo sobre el hombro derecho. Al norte de Italia, San Nicolás vestía de rojo — como el santo que encarnaba — y se le atribuían los milagros navideños. Hasta finales del siglo XIX, ambas imágenes no se consideraban que representaban al mismo personaje. Por lo que tanto el uno como el otro, eran parte de las decoraciones, mercadería y objetos de culto durante las fechas. 

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