En 1992, el Alfonso Arau rompió todas las reglas del cine costumbrista latinoamericano en Como agua para chocolate, adaptación de la obra del mismo nombre de Laura Esquivel. El resultado fue una cinta atípica, romántica y emocionante, que marcó época en el cine del continente. Pero que mucho más, abrió las puertas a un tipo de exploración sobre la fantasía, el realismo mágico y el amor, que sorprendió por su profundidad y sensibilidad. Treinta y dos años después, la serie producida por Salma Hayek toma el testigo y lo lleva a un nuevo nivel, en una serie de seis capítulos que transforman el relato del libro en una reflexión sobre el amor y la libertad. 

El argumento de la producción es, en esencia, el mismo que narró el largometraje. Ambientada en un México de comienzos del siglo XX profundamente clasista y conservador, la trama explora en la vida de Tita (Azul Guaita), la hija más pequeña de una familia acomodada. Pero, los De la Garza, son, además de terratenientes en un país al borde de una revolución histórica, miembros de la rica aristocracia local con sus propias reglas y costumbres. Por lo que la matriarca viuda Elena (Irene Azuela) educa a su familia para cumplir con las tradiciones al pie de la letra. Algo que provoca que Gertrudis (Andrea Chaparro), Rosaura (Ana Valeria Becerril) y Tita, tengan que obedecer, incluso a costa de su felicidad.

Todo lo anterior, se convierte en lo más duro de la premisa cuando Tita, se enamore de Pedro Múzquiz (Andrés Baida). En especial, porque para el personaje el amor está más que prohibido. No solo no tiene permitido escoger a su futuro marido, como sus hermanas, sino que, en su caso, tampoco puede aspirar a una familia. Eso, debido a que Doña Elena decidió que la menor de sus hijas, sería la encargada de cuidar de ella durante su vejez. En medio de un escenario semejante, la familia de mujeres, tendrá que lidiar con las presiones de la explosiva situación política del país y de las exigencias de una cultura machista. 

Como agua para chocolate

Como agua para chocolate, adapta la obra del mismo nombre de Laura Esquivel en un drama histórico con tintes mágicos, en la que destaca un guion detallado y bien estructurado. La historia, que se alarga a un cuarto de siglo, utiliza un elegante apartado visual para explorar en el realismo mágico latinoamericano. También, en el romance desde un punto de vista honesto y sensible. El resultado es una obra conmovedora y sensible, de considerable calidad.


























Puntuación: 4.5 de 5.

La magia entra por la cocina

Pero a pesar de que la historia pueda parecer costumbrista, en realidad es el escenario ideal para el tradicional realismo mágico latinoamericano. Desde la misma primera escena, en que Tita nace entre un río de lágrimas hasta la forma de narrar el amor juvenil por Pedro. El guion de Jimena Gallardo, María Jaén y Curro Royo hace énfasis en lo misterioso. Mucho más, convierte a todo lo que rodea el amor, en una mirada fantástica que convierte a todas las secuencias, en pequeñas reflexiones sobre el destino y la esperanza. Como agua para chocolate es una historia de amor, pero a la vez, también una reflexión sensible sobre la belleza, el paso del tiempo y la trascendencia.

La dirección de Julián de Tavira y Ana Lorena Pérez Ríos rinde homenaje tanto al libro — del que adapta partes enteras casi de manera textual — como, incluso, la película de Arau. Lo que hace de la serie, un recorrido por todo tipo de momentos que se mezclan en un territorio de leyenda: la cocina. Es entre los fogones y los platos suculentos, finamente preparados, que Tita alcanza su única forma de expresión. Algo que la serie destaca, convirtiendo a cada ingrediente y todo lo que plantea en un espectáculo de colores y música.

Buena parte de la personalidad de Como agua para chocolate, se basa en la capacidad del guion de brindar un contexto realista a su dimensión directamente mágica. La combinación logra que la serie, sea tanto emocionante, como dura y brutal en sus aspectos más oscuros. Con más tiempo para profundizar en el relato original, además el argumento desarrolla con cuidado a sus personajes. De una versión de Tita más compleja y conmovedora que la que llegó al cine, hasta una reflexión sobre el amor adulto, profunda y honesta. Lo cierto es que la producción mezcla varios puntos de vista con propiedad y buen tino. 

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