Black Phone 2 es, en muchos sentidos, una premisa que poco o nada tiene que ver con la historia de la cinta original. Scott Derrickson, que regresa para escribir y dirigir la secuela, explora en el universo desde una óptica experimental. Eso, al abandonar el terreno de un asesino en serie que debe enfrentar las fuerzas sobrenaturales, para adentrarse en un villano demoníaco.
De hecho, desde las primeras escenas, queda claro cómo resolverá la historia su principal problema: la muerte de Grabber, interpretado por Ethan Hawke. El asesino ya no es un hombre, sino una criatura inexplicable que escapó — y la trama es literal en este punto — del infierno. Para eso, Scott Derrickson, junto con el guionista C. Robert Cargill, decide abrir una grieta entre el mundo tangible y el de los sueños, desplazando la historia hacia un terreno más abstracto.
El tono ahora se aleja del suspense realista y se aproxima a un horror más cercano al delirio sobrenatural de los años ochenta. El Grabber, es una entidad capaz de acechar en los sueños al estilo del Freddy Krueger encarnado por Robert Englund. Este transforma a Black Phone 2, en tanto un homenaje indirecto a la clásica saga de la década de 1980, como una nueva versión de su historia inicial. Una combinación intrigante, pero que no siempre funciona ni es tan rica en matices como la cinta original.
Un enemigo inexplicable al acecho


Con todo, la cinta no se aleja demasiado de sus puntos más conocidos. Ambientada en 1982, unos meses más tarde de la primera entrega, el argumento se enfoca a medias en Finney (Mason Thames). El único sobreviviente del Grabber, intenta sobrellevar la notoriedad que le dejó su encuentro con el asesino. Pero en el camino, se ha convertido en un aficionado a las peleas escolares y a la marihuana recreativa. Al otro extremo, su hermana Gwen (Madeleine McGraw) tiene capacidades psíquicas cada vez más desarrolladas y precisas.
Por lo que la historia la pone en el centro, desplazando a su hermano a un papel más introspectivo. Una decisión de argumento que permite entonces a la cinta convertir a las visiones de Gwen en un hilo conductor de la historia. Inevitablemente, su capacidad extrasensorial, la lleva hacia un campamento religioso, en el que la nueva encarnación de Grabber está causando estragos. Black Phone 2 muestra entonces sus mejores ideas, al diferenciar las pesadillas en las que el asesino ataca con estética Super-8 y un manejo visual por completo distinto al resto de la cinta.


No obstante, el argumento tiene el problema de intentar unir piezas de un mapa de situaciones ambicioso que no puede explorar del todo. Esta vez, el guion está más enfocado en brindar contexto para sus personajes que en crear un nuevo escenario. Por lo que pierde tiempo, energía y sentido al tratar de profundizar en el origen de las visiones de Gwen, cómo es que el Grabber volvió del infierno y la manera en que se debe ser destruido.
Mucho que contar sin tiempo ni orden en ‘The Black Phone 2’


Uno de los puntos bajos de la película, es su desorden al contar su relato. Si la primera, se distinguió por ser sencilla y directa, en esta ocasión parece intentar abarcar muchas ideas a la vez. De la naturaleza de lo paranormal, de los sueños, la conciencia y los dones psíquicos, hasta traumas y herencias del pasado. Todo, mientras muestra qué tan peligroso es su protagonista y los nuevos lugares desde los que puede atacar.
Pero a pesar de su interesante propuesta, Black Phone 2 no logra ser lo suficientemente compacta o coherente para provocar verdadero terror. Más allá de algunos jumpscare y la imponente presencia de Grabber, lo cierto es que la cinta se queda a medias al indagar en su premisa. Mucho peor, se vuelve confusa y caótica, cuando intenta ser surrealista o en el mejor de los casos, misteriosa.


El director parece debatirse entre dos impulsos: continuar la austeridad del original o sumergirse por completo en el delirio visual. Esa indecisión se nota. Las nuevas explicaciones sobre los poderes de Gwen o los recuerdos de su madre suicida enriquecen la carga emocional, pero también atenúan el misterio. Al intentar justificar cada elemento sobrenatural, la película se vuelve menos perturbadora. Lo que en la primera parte era un terror seco y directo, aquí se transforma en una exposición de motivos, más cercana al drama espiritual que al horror puro.
Aun así, la propuesta visual es notable. Derrickson filma las secuencias oníricas con grano de película y una luz enfermiza que parece surgir de otra dimensión. Estas escenas, que combinan lo cotidiano con alucinaciones, construyen una identidad propia. La textura de los sueños, casi documental en su crudeza, logra transmitir el desconcierto de Gwen ante un mundo que no distingue entre lo real y lo imaginado. Es en esos fragmentos donde Black Phone 2 alcanza su punto más alto: un cine de atmósfera, donde la imagen pesa más que el argumento.
