Verdaderamente aterrador, la nueva serie documental de Netflix creada por James Wan, rompe, desde el primer episodio, una regla del género. La mayoría de los documentales paranormales se hunden cuando intentan representar los hechos que narran. Las recreaciones suelen parecer teatro escolar con presupuesto de cafetería: dirección torpe, actuaciones forzadas y una fotografía que mata cualquier atmósfera. Pero la producción, esquiva ese desastre habitual. Y lo hace gracias a una inteligente puesta en escena y un mimo visual que sorprenden por su meticulosidad.

Claro está, la serie tiene a su favor un elemento crucial. James Wan, artífice de sagas como Expediente Warren e Insidious, entiende el lenguaje del miedo visual y lo aplica aquí para transformar un formato que normalmente se siente barato en una experiencia de terror visualmente pulida. Netflix ha encontrado en él una manera de elevar su fórmula sobrenatural sin abandonar lo que el público busca: historias de fantasmas que parecen reales, pero que se sienten como una película de medianoche. Desde el primer episodio, la docuserie destaca por su acabado cinematográfico y su capacidad para mantener la tensión sin perder el tono documental. En ese punto exacto entre lo real y lo recreado, Verdaderamente aterrador encuentra su territorio más interesante.

En especial, porque Netflix ha demostrado tener un público fiel a las historias de lo inexplicable. Experimentos previos como Haunted o 28 Days Haunted, que, pese a su dudosa credibilidad, cosecharon temporadas y fervor en redes. Verdaderamente aterrador sigue esa línea, pero cambia las reglas del juego al priorizar la estética y la atmósfera por encima de la evidencia. El resultado no busca convencerte de que lo sobrenatural existe; más bien, quiere que lo sientas durante media hora. 

Terror en formato corto y bien narrado

Cada episodio funciona como una historia breve, con ritmo hábil y montaje preciso. Lo más notable es que la producción parece consciente de la incredulidad del espectador promedio. En lugar de forzar autenticidad, se apoya en su puesta en escena, en un terror estilizado que no pretende asustar con trucos, sino con una composición visual que podría sostenerse incluso sin espíritus. Esa inteligencia formal la distingue del resto del catálogo paranormal de la plataforma, casi siempre mediocre.

La serie se divide en dos arcos. Eerie Hall — dirigida por Neil Rawles — se compone de tres episodios que abordan apariciones en un edificio universitario donde Chris (interpretado por Jamie Parker) y sus compañeros experimentan sucesos cada vez más perturbadores. Los investigadores Ed y Lorraine Warren (Tom Weston-Jones y Amy Nuttall) aparecen como asesores, dotando de familiaridad al relato. 

Una colección de relatos aterradores para ‘Verdaderamente aterrador’

Pero, sin duda, los capítulos más interesantes, son los que se mueven en el ámbito de lo policial. This House Murdered Me, dirigida por Luke Watson, una historia más oscura sobre una casa marcada por un crimen, en la que la violencia del pasado corrompe la vida del presente. Ambas partes comparten un mismo lenguaje visual: luces que parecen respirar, encuadres asfixiantes, y un manejo del silencio que convierte lo cotidiano en amenaza.

Las historias están estructuradas como mini películas que aprovechan la corta duración para mantener una cadencia precisa, sin rellenos ni dilaciones. Wan supervisa todo con su habitual ojo clínico para el ritmo del horror, lo que se nota incluso en los cortes y en la textura del sonido.

Una producción interesante para fanáticos del género

Una de las virtudes más curiosas de Verdaderamente aterrador es que, a diferencia de otras series al estilo, no intenta asustar de forma agresiva, jumpscare o sangre derramada. Los sustos existen, pero no dominan la experiencia. Lo que sí domina es una atmósfera de relato contado en la penumbra, como si los entrevistados compartieran sus vivencias junto a una fogata digital. Esa decisión la vuelve más envolvente que temible. El miedo se insinúa, no se impone. 

Las dramatizaciones funcionan como un eco del testimonio, y aunque se sienta teatral, la puesta en escena es lo suficientemente elegante como para no romper la inmersión. En un género saturado de trucos fáciles y cámaras temblorosas, la contención resulta refrescante. Es un tipo de terror que respira, que prefiere el escalofrío lento al sobresalto. Al final, lo que atrapa no es el espectro en pantalla, sino la coherencia narrativa que une lo documental y la ficción bajo una misma estética.

La huella de James Wan atraviesa toda la producción como una firma invisible. Aunque no dirige directamente los episodios, su influencia se percibe en el lenguaje visual, el uso del fuera de campo y la construcción del espacio como fuente de inquietud. La cámara nunca busca lo obvio: se desliza, observa, espera. 

Por su parte, los directores Neil Rawles y Luke Watson, son buenos alumnos del realizador y cumplen el encargo de dotar a la serie de una personalidad propia. Eso, sin caer en la rigidez de un documental clásico. Por lo que Verdaderamente aterrador no pretende demostrar la existencia de fantasmas, sino recordarnos algo más perturbador: que las historias sobre ellos nunca mueren, solo cambian de forma cada vez que alguien las vuelve a filmar.


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