Chad Powers: Mariscal de campo, la nueva serie de Disney+ protagonizada por Glen Powell, tiene todo para ser un éxito. En especial, al actor, una estrella cuya popularidad indiscutible lo convierte en una de las grandes figuras del Hollywood actual. Pero además, la producción — que ya ha estrenado cuatro de seis episodios — es un tipo de comedia satírica cínica muy poco común. Una, además, que se aleja del tono optimista de éxitos como Ted Lasso y Hacks, para profundizar en su propia identidad. Y esta es, la de una historia que utiliza el reverso oscuro del humor para explorar en la fama y el reconocimiento.

Para eso, sigue a Russ Holiday (Powell), un exjugador universitario cuya caída pública lo convierte en caricatura de sí mismo. Russ, que alguna vez fue una estrella en la Universidad de Oregón, vive en la negación absoluta de su propia mediocridad. Su vida, reducida a un cliché de masculinidad tóxica — autos eléctricos, criptomonedas, teorías conspirativas y egos frágiles —, se muestra como una farsa sobre la obsesión cultural por el éxito masculino. 

Cuando su intento de redención profesional se hunde, decide engañar al mundo entero y regresar al fútbol americano bajo un nuevo nombre: Chad Powers. La premisa suena ridícula, y lo es, pero ese absurdo parece ser justo el punto. El disfraz, literalmente hecho de látex y pretensión, no solo le permite esconderse del juicio ajeno, sino también de sí mismo. En su huida hacia adelante, Russ encarna esa ansiedad americana por reescribir la propia historia, aunque sea a través del engaño. Por lo que la serie, que durante sus primeros capítulos parece solo una comedia simple, muestra, paso a paso, su lado más singular y oscuro. 

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Un personaje hecho a la medida para un actor talentoso

Por supuesto, uno de los grandes méritos de Chad Powers: Mariscal de campo es utilizar el arrollador carisma de su estrena para sostener la historia. Y Glen Powell lo logra, de una forma novedosa que sorprende. Ajeno a sus papeles como protagonista atractivo y brillante, Russ es un perdedor en las peores horas de su vida, mediocre, arrogante e inepto. Una combinación oculta detrás de su indudable talento para el deporte. Pero que, tras su fracaso, se convierte en su carta de presentación.

Más interesante todavía, es que Glen Powell toma la decisión de, en apariencia, burlarse de sí mismo. Por lo que Russ/Chad Powers es una caricatura de la mediocridad. De su fea peluca rubia, el látex en su rostro a su comportamiento infantil y torpe, es la antítesis de la imagen del actor. Algo que permite al intérprete mostrar sus indudables dotes para hacer reír. En particular, cuando bajo la máscara grotesca de Chad, Russ llega al ficticio equipo universitario South Georgia Catfish, un programa al borde del colapso. 

Una vez allí, el caído en desgracia Russ, descubre un mundo nuevo. Lo recibe Jake Hudson (Steve Zahn), un entrenador derrotado por su propia rutina que queda deslumbrado por el jugador. También, Tricia (Wynn Everett), una directora obsesionada con salvar la reputación del equipo a cualquier costo. Por lo que pronto, el personaje muestra su punto más singular: comprender que puede recuperar su perdida carrera bajo la máscara absurda de Russ. 

En medio de este ambiente de fracasos, el regreso de Russ disfrazado adquiere un tono casi surrealista. Su doble vida acaba revelando una red de frustraciones colectivas. La del entrenador que perdió su vocación, la de una hija subestimada — Rickie (Perry Mattfeld) — que lucha por un lugar en un deporte diseñado para excluirla, y la de un sistema que confunde espectáculo con propósito. 

En medio de este caos, Danny (Frankie A. Rodriguez), la mascota del equipo, se convierte en el improbable aliado del impostor. Su papel, tan cliché como encantador, introduce una capa meta-irónica: el estereotipo del amigo gay útil, reproducido con tanta literalidad que uno no sabe si reír o incomodarse. De hecho, buena parte de la serie, profundiza en esa contradicción acerca de satirizar lo políticamente correcto o mostrarse directamente cruel. Y aunque la combinación no siempre funciona, brinda a la producción sus mejores momentos. 

De modo que la serie está llena de bromas de mal gusto. De las referencias a Aladdin o Mulan, más grotescas que graciosas, hasta las burlas y referencias al cursi y sentimental género del drama deportivo. La serie parece usar el lenguaje mismo de la cultura pop para burlarse de su propia dependencia de él. Más interesante todavía: el hecho de que la máscara de Russ, es solo una entre tantas en una comunidad hipócrita, irritante y desagradable. 

Un giro al tópico del perdedor adorable

Claro está, Chad Powers: Mariscal de campo basa buena parte de su premisa en el tropo del perdedor adorable. Y lo hace sin disimulos: De promesa en la Universidad de Oregón a meme viviente, Russ se hunde en su propio narcisismo, manejando un Cybertruck, hablando de criptomonedas y convencido de que la vida lo sabotea. En lugar de un héroe caído, la serie lo pinta como un tipo que no ha aprendido nada.

Pero a medida que los capítulos avanzan — y el guion muestra sus verdaderas intenciones — está claro que el personaje es mucho más que un tontorrón arrogante. El atractivo de Powell sostiene gran parte del experimento. Enterrado bajo látex, con una peluca espantosa y dientes falsos, logra que Chad sea una figura grotesca pero carismática, un tipo tan torpe que uno no puede evitar mirarlo. Sin embargo, su interpretación funciona mejor cuando el guion le permite mostrar vulnerabilidad: momentos breves en los que Russ, oculto tras su creación, parece disfrutar la ilusión de ser alguien menos patético. 

Lo irónico es que, en su intento por redimirse, termina actuando mejor como impostor que como ser humano. Esa lectura hace que el arco del personaje cobre un tono más oscuro del que la serie parece admitir conscientemente. Es ahí donde se siente la huella del creador Michael Waldron (Loki). El gusto por el caos controlado, las situaciones absurdas que esconden algo profundamente triste. Uno de los elementos más interesantes de la premisa. 


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