El último barómetro del CIS ha situado a la izquierda con una ventaja de casi 10 puntos frente a la derecha, una estimación que choca con la mayoría de los sondeos privados recientes, que apuntan a una ventaja del bloque de derechas de entre 8 y 10 puntos.

Desde 2018, algunos analistas afirman que las estimaciones de voto del CIS han mostrado un sesgo persistente hacia la izquierda. Estos días, lo comentaba Kiko Llaneras en un reciente artículo para El País. No obstante, más allá del CIS, los sondeos electorales parecen cargar con problemas de fondo que requieren de una exploración sobre las causas metodológicas, las tensiones institucionales y los retos presentes para recuperar credibilidad. 

El espejo que no refleja

Lo que sabemos es que frente a la ventaja del bloque de izquierdas, otros sondeos privados, como el barómetro 40dB, ofrecen ventaja al bloque contrario, el de derechas, sitúan al Partido Popular en primera posición y a Vox como la primera fuerza en intención de voto hasta los 44 años. 

En este sentido, el alza de Vox se habría empezado a estancar e incluso reducir ligeramente, el PP habría dejado de descender y la intención de voto del resto del bloque de izquierdas se habría estabilizado.

La investigación electoral de Sociométrica daría, hoy, resultados similares: la intención de voto se dividiría entre un 34 % para el PP, 26,9 % para el PSOE y un 16,6 % para Vox. La mayoría de encuestas electorales, con variaciones menores (GESOP, NC Report, SigmaDos) mantienen datos similares.

Lo relevante es el patrón histórico desde 2018, que coincide con la llegada de José Félix Tezanos al frente del CIS, donde la institución ha sobreestimado el voto hacia la izquierda en 41 de 42 convocatorias electorales.

Esto plantea varias dudas recurrentes: ¿por qué el CIS y las encuestas privadas muestran diferencias tan marcadas? ¿se están corrigiendo los sesgos muestrales o más bien introduciendo nuevos? Y ¿qué valor tiene la estadística institucional para la percepción pública de los votantes?

Retos metodológicos

Que los sondeos no coinciden es una realidad. 

En gran parte, esto es debido a la complejidad y volatilidad social. Pocas encuestas lograron anticipar el éxito trumpista, las elecciones colombianas o el Brexit, entre otros, a lo que se suman problemas ya conocidos como el diseño, la forma de hacer las preguntas, las muestras poco representativas o la tasa de respuesta.

Así, entre los problemas clásicos está la dificultad de alcanzar una muestra representativa, debido a la no respuesta de ciertos segmentos (jóvenes, abstencionistas, ciudadanos menos politizados) y el sesgo de localización: los métodos (teléfono fijo, móvil, online) tienen distinta cobertura y captan perfiles diferentes.

Para mitigar estos sesgos, los sondeos privados suelen aplicar ajustes posteriores (ponderaciones adaptativas) según las características demográficas o los modelos históricos. Sin embargo, el CIS aplica el llamado «modelo bidimensional inercia-incertidumbre Alaminos-Tezanos» para sus estimaciones, pero se ha cuestionado que este modelo no corrige suficientemente los sesgos de la muestra original.

Además, la variable “recuerdo de voto en la última elección” se usa para calibrar la muestra hacia los resultados electorales anteriores. Sin embargo, al forzar que los datos de la encuesta se ajusten a los resultados pasados, se ocultan dinámicas reales de cambio.

Un estudio reciente sobre el CIS, que utilizó barómetros y resultados de las elecciones generales de julio de 2023, señala que para los partidos de derecha (PP y Vox) el recuerdo de voto reportado en las encuestas del CIS es significativamente inferior a los resultados reales, mientras que las diferencias para PSOE y Sumar no alcanzan significación estadística.

Ese desequilibrio sugiere que la ponderación mediante el recuerdo de voto puede subrepresentar de forma sistemática a los partidos conservadores en favor de los progresistas: esto es justo lo que comentaba Llaneras tras identificar un ejemplo claro del suceso: en las muestras del CIS, recordar haber votado al PSOE aparece el doble de veces que haber votado al PP, cuando en realidad el PP obtuvo más votos en esa elección.

Este sesgo de recuerdo —o su interacción con la ocultación de voto— es uno de los factores que más erosionan la validez del modelo final del CIS.

Todo ello se suma a otro elemento clave que destacaba Llaneras: los datos brutos del CIS (como matrices de fidelidad de voto entre bloques políticos) sugieren una mayor movilización de la derecha, con más “fugas” de electores de izquierda hacia la derecha (5,3 % vs 0,4 %). Pero la estimación final del CIS asigna un gran avance a la izquierda. Esa contradicción interna muestra que la transformación metodológica (del dato crudo al pronóstico) implica ajustes que no siempre son transparentes ni justificables.

En otras palabras, no basta con tener buenos datos iniciales: el método de interpretación y proyección cambia sustancialmente la fotografía política estimada.

La misión institucional

El enfoque anterior obvia, en parte, el punto más relevante de esta cuestión. El CIS es un organismo público cuya misión oficial (mandato formal) es medir la opinión pública, es decir, las actitudes sociales, valoraciones de política, percepciones ciudadanas…

En este sentido, su rol no es competir con empresas privadas de sondeos en acierto electoral. No obstante, al publicar estimaciones de intención de voto y al figurar en los medios como “la encuesta oficial”, su ámbito de influencia se mezcla con el de las encuestadoras comerciales. Esa ambigüedad puede erosionar su neutralidad percibida.

Para una institución pública con mandato estadístico, la transparencia metodológica es esencial. Eso implica publicar no solo resultados sino también los criterios de muestreo, los métodos de ponderación o corrección de sesgos y las transformaciones intermedias desde datos crudos hasta estimaciones finales.

Sin embargo, al no publicar parte de los procesos de estimación (con los datos presentados, los analistas están de acuerdo en que sería improbable poder replicar el resultado oficial) se abre un espacio para cuestionamientos de sesgo político y manipulación.

Reforzar la credibilidad

Recuperar la confianza en el CIS pasa, ante todo, por reforzar su transparencia metodológica y su sometimiento a estándares comparables con los de otras instituciones estadísticas.

El organismo debería publicar de forma detallada los pasos intermedios que convierten la intención directa de voto en una estimación ponderada, así como los supuestos técnicos del llamado modelo bidimensional inercia-incertidumbre Alaminos-Tezanos (o de su evolución más reciente).

Del mismo modo, sería necesario revisar cómo (y con qué efectos) se incorpora el recuerdo de voto como variable de ajuste, dado que diversos análisis académicos han mostrado un impacto asimétrico entre bloques ideológicos.

Además, el CIS podría contrastar sus resultados con modelos de validación estadística más abiertos, como los que aplican algunas instituciones internacionales (enfoques probabilísticos o técnicas de calibración basadas en grandes bases de datos, por ejemplo), que permiten comprobar la robustez de los márgenes de error y las estimaciones finales.

La creación de mecanismos de evaluación independiente, como auditorías metodológicas o comisiones externas, reforzaría también su credibilidad institucional.

Cabe matizar que las encuestadoras privadas como 40dB, Sigma Dos o GAD3 tampoco publican todos sus microdatos brutos, ya que sus estudios tienen carácter comercial y pertenecen a sus clientes o medios contratantes. Sin embargo, estas firmas no tienen la misma obligación institucional que el CIS, cuya financiación pública y condición de organismo estatal le exigen cumplir estándares superiores de replicabilidad, trazabilidad y transparencia.

En síntesis, el problema no es que otras encuestas sean más opacas, sino que el CIS, por su naturaleza pública, debería ser ejemplar en su apertura técnica. Reforzar esa transparencia, someter sus modelos a evaluación independiente y alinear su funcionamiento con los estándares del INE o Eurostat son pasos imprescindibles para recuperar la credibilidad del dato público y mantenerse como una herramienta de confianza, no de controversia.

Las estimaciones del CIS no son simplemente “equivocadas”: en varios niveles metodológicos y estructurales hay decisiones que favorecen sistemáticamente una desviación hacia la izquierda. No se trata necesariamente de manipulación deliberada, sino de un marco metodológico que no corrige sesgos conocidos.

¿Ocurre justo lo contrario en otros sondeos y barómetros que miden la intención de voto? Hay indicios claros de que así es, sin duda, pero la discusión que prima aquí es otra: para que una institución pública siga siendo útil y respetada, debe demostrar que su estimación política no obedece a intereses partidistas, sino a una lógica técnica transparente. Recuperar ese capital de credibilidad es tan importante como medir datos correctamente.

 Foto: El País, Wikimedia Commons.

Ver fuente