En Bone Lake, dirigida por Mercedes Bryce Morgan, todo lo que puede salir mal, saldrá mal y más de una vez. La película, que causó sensación en Norteamérica con su mezcla de thriller erótico y terror, es una rareza que al principio parece parodiar ambos géneros. Por lo que comienza con una premisa tópica. Una pareja en busca de descanso y pasión termina envuelta en una pesadilla en medio de horrores impensables. Claro está, no se trata de nada novedoso, hasta que el argumento muestra lo que se esconde detrás de una historia corriente.
Diego (Marco Pigossi) y Sage (Maddie Hasson) viajan al lugar que suena tan acogedor como un cementerio con spa. De hecho, buena parte del siniestro encanto de la cinta, se basa en sus ironías. Por lo que el titular, Bone Lake, es tenebroso y sin una pizca de atractivo romántico. Aun así, ambos esperan rescatar su relación de la rutina en el lugar. Él intenta escribir una novela erótica, ella trabaja demasiado. Ambos mienten sobre lo que aún sienten.
Pero el destino — o el algoritmo de una app de reservas — tiene otros planes. Otra pareja ha alquilado la misma casa. Will (Alex Roe) y Cin (Andra Nechita) llegan con sonrisas perfectas y una energía sexual tan invasiva que hasta las paredes parecen sonrojarse. Por lo que pronto, lo que comienza como una comedia incómoda se transforma en un juego perverso de manipulación. También de paranoia, en donde nadie se atreve a decir lo que realmente quiere.
Todo se vuelve peor rápidamente en ‘Bone Lake’


La directora juega con el espectador del mismo modo en que sus personajes se tientan entre sí. Con paciencia, provocación y un sentido del humor tan ácido que podría corroer la pantalla. Así que desde su primera escena — una pareja desnuda huyendo de algo que nunca vemos del todo — , la película deja claro que el sexo y la muerte comparten el mismo idioma. El guion de Joshua Friedlander convierte lo absurdo en arte, sosteniendo el equilibrio entre el placer visual y la incomodidad moral. Algo que logra al convertir a Bone Lake de un simple comentario sobre el deseo y la infidelidad, en un escenario terrorífico.
A medida que las dos parejas se observan, se imitan y se enfrentan, la casa junto al lago se vuelve un escenario de guerra doméstica. A la vez, ritual pagano. Diego, frustrado por su bloqueo creativo, se deja llevar por la atención que Will le ofrece. Sage, cansada de fingir orgasmos y sonrisas, empieza a ceder ante la provocación de Cin, que se desliza por la escena con la sutileza de un veneno de diseño. El escenario perfecto para un sangriento desastre.
Lo que mal empieza, mal acaba en ‘Bone Lake’


Pronto, las conversaciones triviales sobre escritura o periodismo se transforman en confesiones sobre infidelidad, poder y culpa. Lo que podría haber sido una anécdota de Airbnb se convierte en una disección cruel del deseo contemporáneo. Todos quieren ser libres, pero nadie soporta la libertad del otro. La trama de Bone Lake, se apoya precisamente en ese dilema cínico. Por lo que convierte cualquier insinuación de romance en algo más perverso y siniestro.
Otro de los aspectos en los que Bone Lake sorprende es el visual. Eso, gracias a la manera en que el director de fotografía Nick Matthews, convierte la cabaña en un híbrido entre burdel futurista y casa encantada. Los colores chillones y la iluminación artificiosa no buscan realismo, sino la sensación de que los personajes están atrapados en un sueño erótico que va pudriéndose.


En un rincón hay juguetes sexuales que parecen reliquias arqueológicas; en otro, una tabla Ouija encendida por velas como si el deseo fuera una invocación espiritual. Cada habitación es una extensión de las mentes fracturadas de los protagonistas. Lo grotesco y lo cómico conviven con naturalidad: una escena de desayuno puede transformarse en una orgía de miradas, y un juego de mesa puede terminar en una danza sangrienta. El humor negro brota de los detalles: el montaje se burla del erotismo, los diálogos coquetean con el absurdo, y las muertes — cuando llegan — son tan coreografiadas que casi parecen bromas privadas entre director y público.
Sexo, escalofríos y muerte


Para su tramo final, Bone Lake logra que toda la tensión acumulada se convierta en un estallido mortal de agresiones y crueldad. Pero, la violencia no es gratuita. Es la culminación lógica del deseo reprimido y la falta de comunicación. La trama estructura el relato como una farsa sexual que se va descomponiendo hasta convertirse en tragedia gore. Eso, al combinar con inteligencia, amor, narcisismo y el puro instinto de supervivencia. Will y Cin son el reverso depravado de Diego y Sage: representan lo que ellos temen ser y lo que tal vez siempre fueron. De modo que Bone Lake no trata de monstruos externos, sino del monstruo íntimo que se revela cuando las máscaras caen.
En el fondo, Bone Lake no es solo una historia de parejas que se destruyen mutuamente; es un retrato de cómo el deseo y la comunicación se han vuelto incompatibles en tiempos modernos. Todos creen saber lo que quieren, pero nadie soporta escuchar al otro. La sátira se camufla entre gemidos y gritos, dejando claro que lo verdaderamente aterrador no es la violencia, sino el silencio entre dos personas que se aman y ya no se entienden. Morgan consigue que su película sea simultáneamente divertida, incómoda y brutal, como una cita que termina con sangre en el vino. El resultado es un híbrido retorcido: mitad pesadilla, mitad comedia sexual fallida, completamente adictivo.