Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba — Castillo infinito se ha convertido en un fenómeno que no para de crecer. Luego de recaudar $391 millones de dólares en Japón y convertirse en una de las cintas más taquilleras de la historia del país, el fin de semana pasado, hizo lo propio en suelo estadounidense. Eso, al lograr $70 millones de dólares durante su fin de semana de estreno. Algo que la hace no solo en una de las producciones más taquilleras del año. Al mismo tiempo, en las mejores cifras de historia para un anime en la taquilla norteamericana. Así como el mayor debut animado en septiembre de todos los tiempos, sin ajustar por inflación.
Claro está, es una nueva dimensión del éxito que la saga que ha sabido cosechar tanto en manga como en anime. Tampoco, se trata de una producción cualquiera. La cinta, es la primera entrega de una trilogía final que busca dar cierre al fenómeno televisivo iniciado en 2019 y que concluyó en junio de 2024. La estrategia de pasar directamente al cine no es un mero capricho comercial. Es, también, la confirmación de que la franquicia se ha convertido en un gigante cultural.
En Japón, la película no solo repitió la hazaña de Guardianes de la noche: Tren infinito (2020), si no que superó su ritmo de recaudación. Ese éxito inicial demuestra que, más allá de su envoltorio de fantasía oscura y peleas espectaculares, la historia conecta de manera profunda con una premisa heroica. Una que, además, se desarrolla entre la tragedia, épica y el terror. De modo que Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba — Castillo infinito no se limita a seguir con la premisa de la lucha entre el bien y el mal. O al menos, como lo había planteado hasta ahora, si no que redobla la apuesta. Un largometraje cargado de tensión, violencia estilizada y un apartado visual que no teme experimentar con estructuras poco convencionales para el mercado global.
Un regalo para fanáticos


Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba — Castillo infinito es más que una cinta destinada a explicar y profundizar el mundo original. De hecho, no lo hace porque supone que el posible espectador conoce todo al respecto. A saber: En el Japón de la era Taishō, el Cuerpo de Cazadores de Demonios lucha contra todo tipo de criaturas malignas desde hace siglos. Para hacerlo, todos sus miembros reciben un largo y complicado entrenamiento, que les permite enfrentar a las diversas y sobrehumanas capacidades de sus adversarios.
En medio de ese escenario, Tanjiro Kamado, un chico corriente que sostiene con trabajo duro a su familia, se encuentra en una situación crítica. Luego de que su familia fuera asesinada por demonios, debe proteger a su hermana menor Nezuko. Esta, la única superviviente a la tragedia, pero convertida en una de las terribles criaturas. A diferencia de otras víctimas, la pequeña conserva la mayor parte del tiempo la emoción y la cognición humana. Por lo que Tanjiro se une a los cazadores de demonios para batallar contra las malignas criaturas. También, para encontrar una posible cura para Nezuko.
Lucha del bien contra el mal


Nada de lo anterior — o todas las aventuras que atraviesa Tanjiro a lo largo de cuaatro temporadas — se narra en Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba — Castillo infinito. Así que, en realidad, la cinta es más un añadido que comienza exactamente en el punto en que culminó la más reciente entrega del anime, estrenado en 2024. De hecho, la trama comienza sin pausas ni recapitulaciones. Tanjiro y sus compañeros — héroes habituales en la saga — se encuentra ahora en el castillo del villano Muzan, en el que debe acometer todo tipo de retos y triunfar.
De inmediato, la acción se organiza en tres duelos que actúan como pequeños clímax dentro de una batalla mayor. El primero enfrenta a Shinobu contra Doma, en una secuencia que mezcla brutalidad con un trasfondo trágico. Luego llega el turno de Zenitsu, quien se mide con Kaigaku, un antagonista vinculado a su pasado personal. Finalmente, Tanjiro se reencuentra con Akaza, retomando una deuda pendiente que resuena desde entregas anteriores. De modo que todo el argumento es más o menos una extensión — a gran escala y desde una óptica más audaz — de lo ya planteado en el popular anime.
Acción a lo grande para ‘Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba — Castillo infinito’


Uno de los puntos más interesantes de la película está en cómo las peleas son construidas visualmente. Las técnicas de respiración, que en la serie ya habían sido un espectáculo, aquí alcanzan un nivel superior. Cada movimiento es coreografiado con precisión y acompañado de efectos de animación que no se repiten, dando la sensación de constante innovación. El castillo titular, siempre en movimiento, refuerza esa idea de fluidez: pasillos que se doblan, escaleras imposibles y un entorno que nunca se estabiliza.
Grandes batallas en una historia compleja


De esa manera, cada enfrentamiento parece distinto, no solo por los estilos de los personajes, sino por la transformación permanente del escenario que les rodea. La atmósfera de terror no desaparece en medio de tanta acción: demonios grotescos, violencia explícita y un aire de encierro generan un clima asfixiante. El espectador nunca olvida que está dentro de una trampa diseñada por un enemigo superior. Esa mezcla entre horror y dinamismo convierte al filme en una experiencia que evita caer en la monotonía. Eso, a pesar de basarse casi por completo en batallas.
Un escenario familiar para los amantes de la historia original, pero que puede resultar confuso para el espectador ocasional. De hecho, en Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba — Castillo infinito, no hay un arco único que avance de forma lineal. En cambio, y de la misma forma que el anime, la cinta se concentra en una sucesión de combates intercalados con recuerdos y explicaciones sobre sucesos del pasado. Algo que permite que la historia sea lo suficientemente clara, incluso para los que no están familiarizados con su mitología.
Un tributo a una larga saga


El apartado técnico de la cinta es, también, un elemento que la convierte en todo un suceso cinematográfico. La animación es sobresaliente, tanto en los detalles de los escenarios como en la expresividad de los personajes. Los cambios de iluminación, las texturas y la fluidez del movimiento demuestran el nivel de ambición del proyecto. Cada duelo está coreografiado como si se tratara de una danza macabra, con un equilibrio entre brutalidad y belleza visual.
El uso del color es fundamental: tonos vibrantes para las técnicas, contrastados con la oscuridad opresiva del castillo. Además, el diseño sonoro acompaña la intensidad de los enfrentamientos, reforzando la sensación de inmersión. Todo esto convierte a la película en un espectáculo audiovisual que se disfruta incluso cuando el espectador ya intuye hacia dónde se dirige la trama. La estética, lejos de ser un adorno, se convierte en un lenguaje narrativo que intensifica la dimensión emocional de cada escena.
Un añadido novedoso a una saga exitosa
Como parte de un todo mayor, Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba — Castillo infinito, indispensable; como obra independiente, puede resultar críptica y poco accesible. Esa dualidad explica por qué funciona mejor para fanáticos comprometidos que para un público más general.
No obstante, la coherencia estética y el ritmo frenético hacen que la película, sea un triunfo de imaginación y buen uso de la animación. Por lo que nos que una historia cerrada, Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba — Castillo infinito es un episodio cinematográfico espectacular dentro de una serie que se ha movido entre formatos con notable éxito. Su mayor mérito.