La larga marcha, la nueva adaptación de Stephen King dirigida por Francis Lawrence, tiene el reto de explorar en una premisa poco original. La de un juego mortal, cuyo premio parece ser el mayor aliciente para arriesgarse a morir o, en el peor de los casos, matar. Este mismo año, la última temporada de El juego del calamar exploraba la misma premisa. Y lo hacía desde el horror de una competencia sin ganadores reales. Algo que el director — curtido en la célebre saga Los juegos del hambre— lleva a un nuevo nivel. Eso, al plantear un futuro en que la vida se vuelve una moneda de cambio para un régimen despótico obsesionado por el control.

Pero además, Francis Lawrence explora en la historia de Stephen King desde un ángulo completamente nuevo. El libro, que narra la historia de una caminata mortal de cientos de jóvenes en la que solo puede haber un ganador, es sencillo y retorcido. En especial, porque el enfoque del escritor es minimalista y más enfocado en indagar en la miseria de la opresión, que en la crueldad de la ruta. Por lo que el guion de JT Mollner, toma la decisión de combinar ambas cosas en una progresiva urgencia por ganar. Algo que convierte a todos los participantes en potenciales asesinos y al premio — un único deseo que el poder debe cumplir — en una posibilidad incierta. 

Parte del éxito de la cinta, está en el estilo de Francis Lawrence, que no deja espacio para la complacencia: apuesta por la crudeza, lo repetitivo y lo agotador como parte de la experiencia. No obstante, no es la única razón que hace que La larga marcha sea no solo una de las mejores adaptaciones de Stephen King, sino una de las mejores cintas del año. Para demostrarlo, te damos tres razones para ver la película. De su exploración y enfoque en una obra rara, de uno de los grandes escritores de terror contemporáneo, hasta su elenco juvenil. Todo para explorar en una producción destinada a marcar hito en la ciencia ficción distópica.

Una perspectiva inteligente de una novela poco convencional

Stephen King escribió la novela con apenas 19 años. Por lo que buena parte de la insatisfacción y angustia de sus personajes se convierte en una reflexión realista sobre la juventud y la desesperanza. Y aunque terminó por publicarla recién en 1979 bajo el pseudónimo de Richard Bachman, la novela conservó la energía febril que impregna la historia. Lawrence aprovecha esa rabia juvenil, la canaliza y la convierte en un relato donde el sinsentido de un concurso mortal refleja la podredumbre de un país que vive en ruinas después de una guerra. De modo que el director convierte a la competencia central de la trama en un reverso oscuro de la telerrealidad. Cuanto más cruel, más fascinante. El resultado es tan incómodo como absorbente.

Otro elemento que La larga marcha conserva del texto original es su engañosa simplicidad. Cincuenta adolescentes, uno por cada estado y seleccionados por sorteo, deben caminar sin detenerse. Si su paso baja de los cinco kilómetros por hora, reciben advertencias y, a la tercera, un disparo. La competencia es ideada por un militar conocido como El Mayor (Mark Hamill), que dirige el evento como un espectáculo nacional. El ganador obtiene dinero y la posibilidad de pedir un deseo, cualquier deseo, como si ese premio pudiera justificar la barbarie. 

A diferencia de Los juegos del hambre, la cinta profundiza en la idea de un espectáculo semejante desde cierta sobriedad. No hay estructura televisiva, narradores o espectaculares puestas en escena. La larga marcha muestra la caminata sin adornos. No hay subtramas elaboradas, apenas recuerdos aislados, porque todo se centra en ese recorrido interminable por paisajes áridos. La decisión de Lawrence es clara: filmar el cansancio, el desgaste físico, la mente que se quiebra lentamente. Lo inquietante es cómo lo rutinario del trayecto se convierte en espectáculo. No se trata de acción trepidante, sino de una agonía filmada con precisión. Por lo que la repetición se vuelve un recurso narrativo.

Personajes entrañables en medio de un escenario mortal

Con un enfoque semejante, los personajes se convierten en la pieza clave. De modo que más allá que héroes o villanos, la trama de La larga marcha profundiza en adolescentes comunes, obligados a correr un riesgo mortal. En el centro de la premisa se encuentra Ray (Cooper Hoffman) un joven cuya motivación no es solo material. Por lo que, más allá de la avaricia o su decisión de ganar a cualquier precio, se encuentra su humanidad. A su lado se encuentra Peter (David Jonsson, de Alien: Romulus), con una actitud optimista que contrasta con la dureza del evento. También, cuya amistad con Ray es uno de los motores emocionales del relato. 

Los secundarios refuerzan la idea de que este concurso es un retrato de una nación en ruinas. Hank (Ben Wang) aporta ingenio, Art (Tut Nyuot) un entusiasmo que parece ingenuo, Stebbins (Garrett Wareing) la distancia de quien carga con secretos, Barkovitch (Charlie Plummer) una furia sin control, y Curly (Roman Griffin Davis) la vulnerabilidad de ser demasiado joven para semejante castigo. Aunque algunos apenas tienen tiempo en pantalla, sus muertes no son indiferentes, porque Lawrence los incluye con humanidad, incluso en su fugacidad.

Uno de los puntos fuertes de La larga marcha, es también su capacidad para reflexionar acerca del aislamiento de la violencia. En lugar de embellecerla o brindarle un aire digno, toda la competencia se relata como una degradación del ser humano. Una decisión que brinda un punto de vista aterrador sobre el país, que permite semejante situación de semejante crueldad y barbarie. Una manera poco común de mostrar la distopía y sobre todo, analizar la violencia como un mal social. 

Una visión terrorífica sobre la codicia y el miedo

Al contrario de otras distopías, La larga marcha se concentra en la sensación de desgaste y horror de sus personajes. El trayecto transcurre mayormente en lo que parece el Medio Oeste estadounidense, con carreteras vacías y campos interminables, un paisaje que actúa como cárcel abierta. Un contador en pantalla indican los kilómetros recorridos y los días que han pasado desde que comenzó la travesía, como si el público fuera cómplice de esa contabilidad macabra. 

Mucho más interesante resulta el país que describen los escasos transeúntes civiles que observan el paso de los caminantes. De pie, en medio de tierras baldías, con las ropas rotas o solo en un lamentable estado físico, demuestran qué ocurre más allá de la competencia. Por lo que La larga marcha, indaga en un giro complejo en medio del totalitarismo. La imposibilidad de vencer el sistema, sin las armas o capacidades para hacerlo.

Y en medio de todo se encuentra el poder. En otra de sus grandes actuaciones aterradoras, Mark Hamill crea un personaje siniestro como pocos. El Mayor, siempre con gafas de sol, ofrece arengas cargadas de cinismo y blasfemias, como si su crueldad fuera una forma de motivación. Al otro extremo, se encuentran los vínculos entre los participantes, que se construyen en medio de la catástrofe. La relación entre Ray y Peter resulta conmovedora por su sencillez: no necesitan grandes gestos, basta con pequeños actos de apoyo mutuo para darle humanidad a la película. 

Para su final y en medio del miedo a perder, los personajes deberán atravesar lo peor de la naturaleza humana. Por lo que Martin Lawrence consigue que la audiencia viva la fatiga, la angustia y la impotencia de los caminantes. No es una película fácil ni amable, pero justamente ahí radica su fuerza. Es un recordatorio de que la distopía, en manos de King y Lawrence, no necesita explosiones ni efectos masivos para ser perturbadora: basta con obligar a caminar hasta el final.


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